Callejero Candeleda y El Raso

En uno de los piedemontes meridionales, bajo las cumbres de la Sierra de Gredos, se encuentra Candeleda, al resguardo de los fríos del norte y a la vera de la garganta de Santa María.

  Esta estratégica situación fue elegida para el asentamiento de una escasa población en los inicios del siglo XIII, como protección del alfoz abulense ante el expansionismo de los placentinos. El auge del trasiego de ganados mesteños por estas tierras, desde el vado concejo hasta las cumbres de la sierra, propiciará el amparo de Sancho IV, quien otorgará una dehesa a los candeledanos, lo que permitirá la consolidación de la aldea, recibiendo ésta el privilegio del villazgo en 1393 y su consecuente independencia de la ciudad de Ávila.

  Será de inmediato villa de señorío, detentada secularmente por los Condes de Miranda, una rama de los Zúñiga, aunque inicialmente Enrique III la cederá al condestable Ruy López Dávalos.

  Los enormes beneficios que procuran los ganados trashumantes y el aprovechamiento de la dehesa privilegiada harán a Candeleda una villa con importantes recursos que se traducirán en la construcción de la iglesia, el castillo, el ayuntamiento, el pósito municipal, puentes, fuentes públicas…

  En torno a estos edificios un caserío singular, con un callejero en el que se alzan algunos ejemplos de arquitectura hidalga y un permanente vuelo de solanas que definen la arquitectura campesina de la villa. Y el agua por doquier, incluso arroyos que transitan por las calles atemperando los rigores del verano.

  Y a esos balcones se asoman sus gentes, -vetones, romanos, árabes, judíos, mozárabes, cristianos…- un crisol de culturas que han ido conformando el alma de los actuales candeledanos.

Autor colaborador: Jesús Rivera Córdoba

 

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